Así como las circunstancias que les llevaron a huir de sus países de origen, el proceso de solicitud de refugio para los ucranianos en estos momentos es muy diferente al de los centroamericanos u otros extranjeros que también aspiran a entrar a Estados Unidos desde México.
“Están llegando como turistas”, explica a la Voz de América Enrique Lucero Vásquez, director municipal de atención al migrante en Tijuana, con quien hablé en un complejo deportivo que ha sido reutilizado para recibir a las familias ucranianas.
Unas 400 personas ya están alojadas en el centro, donde pasan una o dos noches antes de ser escoltadas al cruce fronterizo y admitidas por la Patrulla Fronteriza de EEUU.
En 2018 estuve en este mismo lugar, en un patio aún más congestionado, pero en lugar de ucranianos estaba repleto de migrantes centroamericanos que habían viajado hacia el norte en una serie de caravanas. El proceso esta vez es tan diferente como las circunstancias que llevaron a estos migrantes a huir de sus respectivos países de origen.
Al igual que en Medyka, desde donde informé antes de venir a Tijuana, muchos de los refugiados están separados de sus esposos, padres o hijos. Recuerdo el rostro de dolor de Yulia Usik, madre de dos niños de 4 y 5 años, cuando hablamos en la estación de tren de Przemysl en Polonia.
Entre lágrimas, repitió las palabras de su marido que se había quedado en Ucrania para luchar: “Prometió que regresaría por nosotros”.
Ahora la historia se repite. Esta vez es en el puesto de control de San Ysidro, donde voluntarios ucranianos han instalado sillas para las personas que esperan para cruzar, donde la madre de una niña de 4 años y de otra de 5 meses me habla con la ayuda de una aplicación de traducción en el teléfono.
Sin revelar su nombre, la mujer explica que el primer día de la guerra, después del primer bombardeo, decidió abandonar Ucrania.
Llegó con sus hijas a Polonia donde tiene una hermana y luego de tres semanas decidió intentar llegar a Estados Unidos, donde otra hermana vive en Springfield, Misuri.
Viajó a Cancún con sus hijas, sus dos hermanas y su madre de 56 años, que se sienta cerca con un pañuelo en la cabeza y un pasaporte ucraniano en la mano. En medio de la gente y el ruido de las obras en la frontera, la mujer mira al horizonte, perdida en sus pensamientos.
Según la hija mayor, cuatro varones de la familia se han quedado atrás, en Ucrania, para luchar contra los invasores rusos.
Campamento ucraniano
Además del complejo deportivo, aquí ha surgido una pequeña ciudad de tiendas de campaña donde unos 800 migrantes en busca de refugio pasan la noche antes de viajar en autobús municipal al cruce fronterizo. Los voluntarios ucranianos brindan seguridad, comida y diversión a los niños que corretean persiguiendo pompas de jabón.
Día y noche, los autos hacen fila para cruzar a San Ysidro, California, atraídos por las colinas estadounidenses visibles detrás del muro fronterizo. Las voces se alzan en ruso y ucraniano, pero las risas y lágrimas de los niños no reconocen barreras idiomáticas.
Lucero, el director municipal de atención al migrante en Tijuana, me dice que el complejo deportivo se abrió para los refugiados porque el campamento cerca del cruce Tijuana-San Ysidro está sobresaturado.
El funcionario reconoce que la ciudad ha respondido más rápido a esta crisis que al flujo habitual de migrantes de Centroamérica, Haití y partes más remotas de México. Para ellos, la ciudad mantiene otros 25 refugios donde algunos llevan esperado desde hace casi dos años.
También dice que algunos de estos migrantes ucranianos tienen más recursos que los centroamericanos; algunos, incluso, se han alojado en hoteles locales de la ciudad.
Al llegar a Tijuana, los refugiados son registrados por voluntarios y colocados en una lista de espera, explica Gilberto, de bata blanca, quien prefiere no dar su apellido. Hablamos en un centro de atención médica improvisado en el campamento ucraniano.
“Llegué hace dos semanas, antes ayudaba con el transporte del aeropuerto, para acá o para el otro lado, pero luego vine aquí para ayudar con la parte médica”, narra. “Aquí hay una lista de prioridades, los que vinieron antes están aquí, los que vinieron después se quedan en el gimnasio, poco a poco van pasando a la fila, pero de manera ordenada”.
La logística de todas las actividades (llegada, transporte, registro, alojamiento y entrega a la Patrulla Fronteriza) está a cargo de un grupo de voluntarios mixto, que incluye representantes de la Iglesia La Luz del Mundo en Sacramento, California, y de la Iglesia Calvario en San Diego.
Los voluntarios están muy comprometidos con garantizar que las familias no solo sean atendidas, sino que sean admitidas rápidamente en Estados Unidos.
Para ello, crearon una aplicación de teléfono que les permite no solo estar registrados en una lista que se presentará a la Patrulla Fronteriza, sino también mantener un flujo ordenado de personas a través del puesto de control peatonal.
Anastasiya Polovin, una nativa de Ucrania que ahora vive en el condado de Orange en el área de Los Ángeles, dejó la academia de música que dirige para ayudar a sus compatriotas. Hablando conmigo en el complejo deportivo, destaca la importancia de proporcionar a los recién llegados comida caliente, duchas y otras comodidades básicas.
Pero afirma que aún más urgente es acelerar el proceso de admisión en EEUU bajo una excepción humanitaria a los procedimientos normales de admisión que no está disponible para la mayoría de los otros migrantes que llegan a la frontera.
Polovin insiste en que la excepción humanitaria debería estar disponible no solo aquí en Tijuana, después de largos viajes y gastos considerables. Los defensores de los refugiados quieren que el gobierno les permita volar directamente a Estados Unidos desde Europa.
Cuenta que ella es originaria de la sitiada ciudad sureña de Mikolaiv, donde las fuerzas ucranianas detuvieron el avance ruso hacia Odesa. “He perdido a muchas personas que conozco”, afirma.
Aun así, seis de sus parientes han llegado recientemente a Estados Unidos y se unirán a su madre, que ya está en California. Irónicamente, a uno de ellos se le negó el estatus de refugiado en Estados Unidos hace dos años.
“No fue hasta que comenzó la guerra que se le garantizó el acceso”, concluye.